Por David Molano
Una persona que haya crecido en Nueva York, especialmente un latino de los barrios de esta ciudad, está muy familiarizado con una bodega, quizás desde la infancia.
La palabra bodega en inglés es ‘grocery store’. Típicamente se hallan en los vecindarios latinos como Spanish Harlem, Washington Heights y El Bronx. También son comunes en los barrios latinos de esta nación. Son tiendas con un amplio surtido que usualmente están en el primer piso de edificios construidos antes de la guerra. Tienen artículos como productos Goya para cocinar, huevos, leche y muchos alimentos no perecederos, además de cerveza, productos de tabaco, dulces, pañales e inclusive tiquetes de lotería.
En la actualidad las bodegas son de propiedad de varias familias latinas, particularmente dominicanas. De acuerdo a la Asociación de Bodegas de los Estados Unidos, los dominicanos, con más de medio millón de residentes en los cinco condados, son dueños del 85% de las bodegas latinas en la ciudad (el otro 15% no son de propiedad de latinos).
Fueron los puertorriqueños en los años cuarenta los que montaron estas bodegas en los barrios. Luego de la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y el advenimiento de las aerolíneas en los años 40, muchos puertorriqueños migraron y en especial a la ciudad de Nueva York. Con el pico de la inmigración de puertorriqueños en 1948, la División de Migración del Departamento de Trabajo de Puerto Rico abrió sus puertas en Nueva York. Su misión era mediar entre la isla y la comunidad puertorriqueña de Nueva York, ajustando la llegada de aquellos viajeros, informando a los recién llegados sobre trabajos y vivienda, y atendiendo otros asuntos críticos para estos residentes.
Muchos puertorriqueños se desplazaron a El Bronx, Spanish Harlem, el Bajo Manhattan y el centro de Brooklyn, formando barrios con sus bodegas y piragüeros (hielo raspado) en cada esquina.
Con muchos bodegueros que se retiraron en los años 70 y cuyos hijos no tuvieron interés en seguir con este negocio, muchos terminaron vendiendo las bodegas a dominicanos en lugares de Manhattan como Washington Heights, el Lower Eastside y El Bronx.
Los bodegueros dominicanos han mantenido las bodegas de la misma forma, proveyendo los servicios tradicionales. Sin embargo y debido a la creciente presencia de los dominicanos en Nueva York y la demanda por los productos de su país, esta nueva generación de bodegueros ha hallado un mercado para hacer dinero, importando muchas delicias de la isla como Nestlé’s Flan (listo para comer en una lata), soda dominicana, Country Club y por supuesto el afamado Salami Induveca, además de una serie de panes y dulces hechos para cada cliente. Ninguna bodega dominicana puede sobrevivir sin la cerveza de ese país, Presidente, y los clientes dominicanos no pueden sentirse más satisfechos.
Crecí en Hells Kitchen cuando todavía era un barrio en los años 80 y hasta los 90, cuando había una mezcla de latinos de Centroamérica, Suramérica y además de Puerto Rico y Cuba.
En mi edificio en la Novena avenida, al oeste de la calle 46, había una bodega (y aún está allí). En aquel entonces se llamaba San Lasaro Grocery y los dueños eran una pareja de queridos cubanos, Blanca y Roberto, o ‘Robertico’ como le decían.
Recuerdo que cuando era niño mi mamá bajaba conmigo a ‘hacer la compra’ de las cosas que necesita un típico latino, como plátanos, queso tropical, café molido, pan dulce, productos Goya y Mistolín (sabes a qué me refiero).
Recuerdo que había una gran conexión con Blanca. Era como una abuela para mi. Blanca me llevaba con frecuencia detrás del mostrador, me dejaba jugar con la registradora y me servía platos cubanos deliciosos que preparaba en una estufa eléctrica que había instalado en la parte de atrás de la tienda.
Un grupo de borrachos permanecían al frente de la bodega. Otros mataban el tiempo allí, gritando y argumentando sobre la política de sus países mientras jugaban dominó, sentados en cajas de leche.
Recuerdo muy bien a una persona bajita llamada “Pacheco’. Algunas veces bebía con mis tíos al frente de la bodega hasta entrada la noche y contaban historias de pescadores en Puerto Rico, siempre exagerando, pero de manera muy entretenida. Aunque nunca estaba en sano juicio, a mi hermana y a mi nos atraía Pacheco. Era el borrachito que a todos nos encantaba e indefenso.
Estos días, con tiendas en cadena que abren las 24 horas, vendiendo artículos a bajo precio y aceptando EBT, las bodegas están desapareciendo. Conforme a la encuesta de Negocios Hispanos en NYC 2009, el 53% de las bodegas están por cerrar, el 74% culpa al elevado precio de la renta y el 18% a la competencia de las tiendas en cadena.
Para los latinos, las bodegas son mucho más que tiendas convenientes. Son el epicentro de nuestra cultura, del proceso de socialización y una parte integral de nuestros barrios. Son el lugar a donde acuden los latinos a interactuar, a chismosear, a dialogar sobre política, a hacer chistes mientras escuchan merengue, bachata o salsa.
Es el lugar que le sirve a la comunidad, uno de los últimos negocios en los Estados Unidos en donde todavía dan crédito (si te conocen a ti y a tu familia), compre ahora y pague después, algo que las familias de escasos recursos aprecian, un servicio que no consigues en una tienda por departamento.
Las bodegas son parte de lo que somos, nuestra herencia Latinoamericana, tan única como nuestro cabello, figura y el bilingüismo. Es el lugar en donde los bodegueros preguntan ¿cómo está la familia? No necesitas ser latino para apreciar y disfrutar lo confortable de una bodega. Visita una bodega con frecuencia y toda la gente sabrá tu nombre y no te arrepentirás de haber ido. Esto no lo encuentras en Rite Aid o 7-Eleven.
Para más información sobre bodegas, lea nuestra edición de septiembre.